Pertenezco a una generación que le atrae el brillo,  en especial el de las pantallas. Nosotrxs necesitamos gps, nos agrada la eficiencia, la interconexión a sensores, videojuegos, computadoras, entre otras sofisticadas máquinas que se extienden a nuestros cuerpos.


Trabajo con luz neón,  con colores que vibran. Me interesa el umbral entre lo vital y lo espectral, entre lo vegetal y lo sintético.

Trabajo con esculturas inflables que toman la forma de flores monumentales. Son cuerpos suaves, vibrantes, que se activan al conectarse, como si una presencia las habitara.  Son frágiles, temporales, y sin embargo contienen algo eterno. Una invocación.


Mi obra florece con aire y electricidad. Sin disfrazar los hilos, ni ocultar los motores: los muestro como raíces modernas, nervaduras expuestas de una flor que respira gracias a la técnica, el artificio, a la mano humana que aún busca el misterio.


Desde el contraste entre lo natural y lo artificial, sumado a la visibilidad de los mecanismos, puede leerse como una crítica, una poética del artificio o incluso una metáfora del mundo contemporáneo